A la sombra se cobija el amo y señor
de esta ciudad muerta.
Me mira a los ojos cuando paso,
camina despacio junto a mí y me vigila.
Le traigo ofrendas.
A veces el viento arrastra el olor descompuesto,
pero sólo a veces,
mientras,
un millón de evolucionadas hormigas
riegan con lágrimas el cemento
y adornan con flores muertas
cada pequeño altar profano.
Matar para honrar con efímera belleza
el breve e irreal recuerdo de un instante lejano
que se descompone como las flores muertas
que dan color a un nombre.
Matar para alimentar un dolor extraño y ajeno
que un día será mío.
Matar porque estoy muerta.
martes, 13 de mayo de 2008
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